Una amiga dijo: "La gente
de allí (el "interior" del país si tal cosa existe), es tonta. ¿Por
qué no se unen, por qué no se organizan y luchan? ¿Por qué no hacen algo entre
todos, para vivir mejor, comunitariamente?". Su respuesta señalaba que
aquellxs otros no se daban cuenta, no veían (tan claro como lo hacíamos
nosotros, resguardadas del calor del sol del verano dentro de un departamento
en el centro de la ciudad) lo que les convenía, lo que debían hacer. Que en algún
punto, aquellos otros eran ciegos, ciegas, a sus propias soluciones, que
nosotras en su lugar lo haríamos mejor, aunque, claro está, nuestro sitio no
era ese, era este dentro de una maraña de cubículos habitacionales cedidos a
cambio de dinero, donde todo, incluso la basura que llenaba las calles, era
orden.
La noche cayó
y comenzamos nuestro camino a casa. El viaje duró más de una hora. Antes de
dormir conversamos. Recordé una publicidad que había visto en el camino, desde
el colectivo. Tres personas, una detrás de la otra, recostadas sobre su lado
derecho en una playa. En esa posición, cada uno habría podido ver tan sólo la
espalda de quien tenía delante, muy próximo físicamente. Pero no.