III- Nicirin, Guaraná palestina
El paisaje de aquel Uruguay profundo
era la lluvia. El verde de la pampa interminable se estrellaba contra el gris del
aire. Desde el medio del vacío aparecía una familia callada, que subía al
colectivo en silencio y estrechaba el rostro contra la ventana mojada antes de
volver a bajar y perderse de nuevo en la vastedad.
Poco a poco la llanura era
interrumpida por el cauce angosto y fuerte de arroyos y ríos turbios, tantos
que nadie se ocupó en poner sus nombres en un cartel. Las palmeras iban
ganándole terreno al vacío. Y aparecían a lo lejos la silueta algunos montes
perdidos entre la niebla y el griterío del verde. Era uno de aquellos trayectos
en los que cuando se llega al primer conjunto de casas uno advierte que llegó a
destino, porque el mapa no indica nada más que soledades y líneas sin puntos. Y
no me equivoqué, eso que veía por la ventana (siempre el camino hasta las
terminales tiene cara de barrio) era Artigas.