“Una
fuerza tal podría llamarse una cosmovisión «mágica», un sentido
de la vida que rechaza el «mero» azar de una realidad de señales y
prodigios, de las coincidencias significativas y de las
«revelaciones». Como cualquiera que haya intentado alguna vez
podría atestiguar, los viajes intencionales la abren inmediatamente
a esta influencia «mágica».” Hakim Bey, Superando el turismo
Hace
más de un año que no aparezco en este
blog. En estos doce meses vi nuestras plantas crecer y morir, leí
mucho, aprendí palabras nuevas y las olvidé antes de lo esperado,
conversé, caminé por la playa bajo los vientos de todas las
estaciones, dibujé las flores que salvajes se abrieron paso en la
tierra baldía, escribí páginas que nadie leyó, canciones que solo
nosotros oímos. Viajamos a lugares cercanos en distancia pero
distantes en experiencias y en esos viajes vi una laguna vestirse de
dorado con el sol del fin del día y una procesión de tambores
aprender del fuego que los templó el secreto para destruir el helado
aire de mayo, en un barrio con olor a leña y calles de adoquines. Y
como siempre el invierno fue largo y el verano efímero pero eterno.
Todas las historias de esos días se escaparon en tardes bajo el sol
de una plaza verde de loros, en mediodías de mates amargos y radio
turbia, en el cansado entusiasmo del ojo contra el papel, mientras
escribía el libro de mis viajes, que pronto, InshaAllah, estará
terminado. Y así llegó diciembre y la promesa de una viaje pequeño
que logré arrancarle a los tiempos. Y a la jornada le quité algunas
palabras, algunas historias. No son pensamientos, o tal vez sí.
Crónicas disociadas de la autobiografía pero no de la experiencia.
Una serie de relatos del camino de la frontera.
I- A modo de advertencia
Que no vaya.
Que ahí no había nada para ver. Que todas las fronteras son
peligrosas tierras de traficantes. Que todo el campo está vacío.
Que por qué no visitar Colonia, seguro valuarte turístico. Que por
qué no ir derecho a Montevideo, a visitar a la familia. Que por qué
no quedarme en casa. Que para qué viajar sola. Que no vaya. Que ahí
no había nada para ver.
Y del
otro lado algo así como una sed alimentada por la
gozosa piel de los mapas y el retumbar sigiloso de algunos datos
averiguados después, mucho después, de que esos puntos en el plano
me cautivasen y me llamasen sin más poder que el desnudo sonido de
sus nombres. No sabía nada y por eso quería ir, para borrar la
negrura del vacío con colores y darle relieve a la carta rutera. Y
pronto supe que aquellas eran tierras de tres culturas, donde se
hablaba el castellano, el portugués y el árabe, que era una nación
gaucha de hombres con botas y sombreros, pero también de musulmanes
a los que quería conocer, que los parques separaban tímidamente los
países pero eran muy pocos los que reivindicaban una nacionalidad,
que aquellas eran tierras mestizas, mezcladas, mixturadas. Y supe
también que iba a ir.
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